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Durante el
siglo XX, el mundo se ha concienciado sobre el concepto de la
“igualdad”,
que en términos básicos, se refiere a una sociedad que trata a todo el
mundo por igual, independiente del sexo, edad, sangre, origen étnico,
clase social, orientación sexual, peso, altura de cada individuo,
concediéndole los mismos derechos y exigiéndole las mismas obligaciones.
En el
siglo XXI, se ha concienciado que la
“igualdad” no es necesariamente sinónimo a la
“justicia”,
porque la sociedad está compuesta por muchos grupos distintos, cada uno
con sus propias condiciones y necesidades, y dando a todos los
ciudadanos las mismas condiciones no garantizan que todos disfruten de
los mismos derechos y oportunidades.
Por ejemplo, dos alumnos, uno de familia acomodada con padres capaces
de mantenerlo durante sus estudios superiores, otro de familia humilde
que urgentemente exige otra fuente de ingreso, no van a tener las mismas
oportunidades de destacar en los estudios aunque comparten la misma
aula y reciben la misma beca.
Así que para asegurar que todo el mundo disfrute de los mismos
derechos y las mismas oportunidades, la sociedad no puede tratar a todo
el mundo por “igual”. De ahí, surgió el concepto de
“discriminación positiva”: de repartir los recursos según las condiciones de cada colectivo, dando prioridad a los más necesitados.
Ahora, hay varias maneras de identificar los distintos grupos
sociales según sus necesidades: sexo, ingreso, edad, barrio de
residencia, número de hijos o ancianos a su cargo, nivel de estudios,
origen étnico, práctica religiosa o nivel de minusvalía. Dependiendo de
cómo identificar los grupos y cómo aplicar las políticas, los resultados
pueden ser efectivos, o totalmente contraproducentes.
Cito un par de ejemplos.
Durante muchos años, en el
Reino Unido se ha
registrado una brecha bastante grande entre niños y niñas en las notas
de la educación primaria y secundaria, con las niñas sacando una clara
ventaja a los niños. Sin embargo, al llegar a la universidad, pocas
chicas eligen estudiar ingenierías o ciencias. Algunos “expertos” de la
educación proponen que la solución más adecuada sería crear aulas
separadas por sexo para tratar las necesidades distintas de cada sexo,
orientando la educación en el distinto desarrollo cerebral entre niños y
niñas.
Pero considerando que el propósito fundamental de la educación es
formar la nueva generación en una sociedad donde conviven los dos sexos
en todos los ámbitos, ¿es más prioritario reducir el dimorfismo sexual
de las notas académicas, o enseñar a los dos sexos a convivir juntos?
Clase de bachillerato en España
Otro caso ocurre en EEUU, que debido al legado de esclavitud y
apartheid, la población negra siempre se encuentra discriminada en el
empleo y la educación, a pesar de legalmente disfrutar de los mismos
derechos que los blancos.
Muchos partidarios de la igualdad propone que para asegurar la
igualdad de oportunidades, la administración pública debería tomar en
cuenta la “raza” de cada ciudadano americano, clasificando la población
en las 5 categorías raciales:
blancos,
negros,
latinos,
asiáticos e
indígenas.
Para realizar cualquier estudio social, desde el nivel de estudios, la
deuda familiar, el ingreso medio familiar hasta la esperanza de vida y
la morosidad de hipotecas, siempre compilan estadísticas separadas para
cada grupo racial.
Sin embargo, por constantemente señalar las divisiones raciales en
los medios de comunicación, están inconscientemente recordando a cada
ciudadano las diferencias, en vez de las similitudes, entre cada “raza”,
y así reforzando los estereotipos y el concepto de “ellos o nosotros”.
Desde
2013, Nueva York tomó medidas de discriminación positiva para aumentar
la “diversidad racial” entre bomberos, hasta ahora dominada por la
comunidad irlandesa
El caso más polémico surge a la hora de aplicar la “discriminación positiva” en la
admisión universitaria.
Si seleccionara puramente por resultados de SAT (selectividad), americanos de ascendencia
asiática ocuparían 17% de plazas universitarias cuando son 6% de la población, mientras los
afroamericanos
ocuparían solo 7% de plazas cuando son 13.6% de la población. Los
partidarios de la “igualdad” proponen introducir cuotas para limitar el
porcentaje de asiáticos y aumentar el porcentaje de negros para
conseguir un mayor “equilibrio racial” en el campus, aunque eso implica
que un asiático tiene que sacar una nota mucho más alta que un negro
para conseguir la misma plaza. Efectivamente, lo que es “discriminación
positiva” para un colectivo se convierte en “discriminación negativa”
para otro.
¿Hay demasiados estudiantes de raza asiática en las universidades americanas?
En mi opinión personal, para evitar la
marginalización social, es necesario implementar medidas ajustadas a las
necesidades de cada colectivo, pero para evitar crear segregaciones, el
criterio de división tiene que ser por una
situación, en vez de un
rasgo de nacimiento.
La pobreza es una situación, el desempleo crónico es una situación,
el embarazo es una situación, la familia numerosa es una situación, la
vejez es una situación, la enfermedad es una situación, el maltrato es
una situación, el divorcio es una situación, la drogadicción es una
situación, la mendicidad es una situación, hasta la minusvalía es una
situación, porque cualquier persona, al sufrir un accidente o
enfermedad, puede quedarse minusválida.
Sin embargo, el sexo, el color de la piel, el origen étnico, la
orientación sexual, o la nacionalidad de nacimiento no son situaciones,
sino rasgos que uno adquiere de nacimiento, y no puede cambiarlo a lo
largo de su vida.
Al dar prioridad a los que atraviesan una situación de dificultad,
toda la población sentiría protegida, porque tendría un “colchón” dónde
caerse y leyes que le protejan. Pero al dar prioridad sólo a los que
tienen un determinado rasgo de nacimiento, lo único que fomenta son
recelos de miembros de otros grupos que padecen las mismas necesidades, y
un sentimiento de victimismo perpetua entre los receptores de la ayuda.
En el caso de tratar el problema de la baja presentación de cierto
grupo demográfico en las universidades, en vez de imponer cuotas para
alumnos de este grupo sólo por serlo, me parece más sensato averiguar
las condiciones socioeconómicas en que viven la mayoría de ellos. Si
muchos viven en barrios marginales que carecen de colegios de calidad,
debería aumentar el presupuesto educativo y mejorar la calidad de
enseñanza en aquellos barrios, para que todos los que se encuentran en
la misma situación de precariedad salgan beneficiados, sea lo que sea su
origen.
Hace poco he visto un cartel explicando la diferencia en el trato de
los minusválidos en la sociedad: desde la “discriminación” hasta la
“inclusión”. Me ha parecido muy ilustrador.
Me alegro que cada vez más personas se den cuenta de que para dar las
mismas oportunidades para los minusválidos, crear un espacio sólo para
ellos no es la solución, sino una segregación. La verdadera inclusión,
es cuando todos lugares van equipados por facilidades que permiten a los
minusválidos disfrutar la vida con la misma libertad que el resto del
mundo.